martes, 1 de mayo de 2007

Solo quiero un charquito

Había una vez un sapito muy triste porque no tenía un charco donde refrescarse. Mientras lloraba escuchó el canto de otro de su especie.
— ¿Dónde canta, compañero?

— ¿Quién pregunta?“¿Quién podrá tener motivo para cantar?”, se decía a sí mismo, caminando en dirección del sonido.
— De pronto, vio a un sapo recostado sobre una lata.

—¿Qué tal? —dijo, contento de encontrar compañía—. Me admira que usted tenga ánimo alegre.
—Razón tengo, mi amigo, porque voy camino de reunirme con mi familia. Los dejé hace algunos días porque estaba aburrido de mi casa, pero ¿sabe?... estaba más feliz y seguro allí. Me he quemado mis patitas y la panza. ¡No hay ni una sombrita! y me parece que quizá quieren convertirnos en algún platillo.

—Por favor, ¡lléveme con usted, quiero bañarme en un charquito! Aquí hasta los árboles han desaparecido.—¡Claro, vámonos ya!Un rato después, cansados y sedientos por la caminata, encontraron una iguana que corría desesperada.
—¡Ay, Dios mío, cálmese! ¿Qué le ocurre, amiga?—¡Ayúdenme, me persiguen! —gritaba, mientras se colocaba tras una piedra.—¿Quién la sigue? —preguntaron los caminantes.
—Primero fueron unos hombres con garrotes; después unos niños y, por último, unos perros.
—¿Por qué no viene con nosotros?Aceptó la iguana y el camino se hizo más corto entre los tres. Al rato, muy cansados, se durmieron profundamente.
Horas después los despertó un tropel. El ruido lo provocaba un cusuco perseguido por un campesino.
Dos horas después, los sapitos llegaron hasta el anhelado charquito y todos se pusieron a cantar y a agradecer a Dios que todavía hubiese un lugar a salvo de la destrucción provocada por el ser humano.

FIN



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